sábado, 30 de marzo de 2013

La diferencia entre el Cielo y el infierno


La diferencia entre el Cielo y el infierno
¿Soy acaso el guardián de mi hermano?


Por Rafael Gómez Pérez, S.J.

Lo que pidió un general coreano al llegar al Cielo

Un cuento oriental nos refiere que: Un general coreano murió pacíficamente y fue al Paraíso. Pero él era curioso, extremadamente curioso. Antes de traspasar los umbrales del Cielo tuvo una entrevista con San Pedro, y como en el Cielo también está de moda el diálogo, empezaron a dialogar:

- ¿Puedo expresar un deseo, antes de entrar al Cielo?

- Desde luego que puedes. Dialogaremos sobre tu deseo y el Señor decidirá en última instancia.

- ¿Podría yo ir al infierno?

- ¿Cómo? ¿Ir al infierno ahora? ¿No estás contento con haberte salvado?

- Perdón, no me expliqué bien. Quería yo decir que si puedo VISITAR BREVEMENTE el infierno. Así, creo que disfrutaré más del Cielo.

- En casi veinte siglos que estoy aquí nadie había hecho una petición como la tuya. Pero, como estamos en época de cambio, pues, ya no me extraña que la costumbre de entrar inmediatamente al Cielo también cambie.

- Yo estoy muy contento de haber llegado al Cielo, pero mi alegría será mayor si puedo comparar el Cielo, en el cual voy a estar perpetuamente, con el infierno, al cual sólo lo visitaré brevemente.

- Consultaré con el Señor tu petición –dijo San Pedro, y desapareció por unos instantes para volver sonriente, a decir al general coreano-: concedido. Tienes una tarde para visitar el infierno. Son las 12 a.m. Te espero a las 7 p.m.

La primera impresión fue buena: en una sala inmensa vio servidas magníficas fuentes de arroz, muy bien cocinado, a la usanza coreana. Alrededor de las mesas había muchísimas personas de todas clases sociales. 

Provistos los comensales de varitas de bambú, se disponían a comer el arroz y las otras viandas. La comida empezaba oficialmente a la 1 p.m. Cada comensal preparaba su varita para el arroz, pero eran varas de dos metros de longitud. Cada uno, por más que se empeñaba, no podía llevar el bocado a su boca. La vara resultaba demasiado larga y no era permitido tomarla sino por el extremo. 

El malestar comenzaba, después hubo protestas, insultos, hambre, desesperación. Las bandejas humeantes estaban intactas. Nadie podía comer. Todos se desesperaban y se maldecían.

Pasaron seis horas y nadie podía comer. El hambre de la comida se empezó a juntar con el de la cena. La desesperación iba en aumento, las maldiciones también. El general coreano consultó su reloj. Eran las 6:45 p.m. Tomó su equipaje y se fue al Cielo. Saludó a San Pedro. No le comentó nada y entró a la antesala del Paraíso.

Estaba preparado un gran banquete. Las mesas y bandejas no diferían mucho de las del infierno. Los manjares tampoco. Las varitas de bambú eran idénticas a las que él había conocido unas horas antes. 

Sólo había una diferencia: en el Cielo cada comensal, con su varita de dos metros de largo, ofrecía la comida a su vecino. Uno le daba al otro y así todos comían con alegría y fraternidad. 

Nadie llevaba la vara de arroz y otros manjares a su propia boca, sino que lo preparaba todo para el vecino de enfrente. Y así el banquete se prolongaba y se prolongaba en medio de la alegría más pura.

El general coreano comprendió entonces cuánto puede significar la ayuda mutua y penetró en el sentido de esta frase:

Nunca piensas tanto en ti mismo, como cuando piensas en tu hermano

(Cf. Rafael Gómez Pérez, SJ., En camión de segunda, Buena Prensa, México, 1974)

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